Estado: Muchos huecos de violencia
¡Ningún centímetro cuadrado de nuestro territorio deberá estar huérfano de Estado! El Vicepresidente fue enfático al explicar una de las cualidades fundamentales del Estado Plurinacional Autonómico e Integral en construcción. Recordé entonces el entusiasmo con el que acogió el Informe de Desarrollo Humano del PNUD del año 2006 titulado “Estado del Estado”; en el que se comparaba al Estado boliviano como a un “Estado con huecos” con enormes desafíos de articulación en torno a una idea, sentido o proyecto común de país.
Uncía, Achacachi, el Chapare, las minas de Himalaya y Santa María en provincias de La Paz y Oruro son algunas referencias territoriales vacías de institucionalidad pero colmadas de prácticas violentas que dejan una estela de dolor, luto e impunidad. En estos huecos visibles, pareciera existir licencia para violar el abultado catalogo de Derechos Humanos inscritos en el texto constitucional. Este es un dato recurrente, ya que bajo pactos de silencio y condescendiente comprensión “antropológica” de distintas maneras de entender la vida, el gobierno invoca “respetuoso” y sin éxito la devolución de cuerpos por razones humanitarias confirmando la impotencia estatal frente a manifestaciones sociales y pluriculturales que lo desbordan.
Este irrespeto a la vida, que trasciende fronteras, y no es nuevo deja más dudas que certezas en relación al discurso presidencial que idealiza al extremo el purismo y culto a la vida de los pueblos indígenas y originarios esencialmente virtuosos e incontaminados de valores occidentales de mercado y capitalismo. Coincidió este hecho con la temeraria sindicación de complicidad negligente con el narcotráfico que hiciera al gobierno el candidato presidencial social demócrata brasilero. Lo cierto es que, a estas alturas y pese al curioso análisis sociológico antropológico de algunas autoridades que atenúan su condena, la matanza de Uncía revela que, en los huecos vacíos de Estado, florecen, plurinacional y “democráticamente”, intereses ligados al contrabando y a clanes familiares comunitarios y populares cada vez más empoderados para neutralizar o impedir la presencia estatal.
En estas condiciones, el Estado Integral que promete el gobierno y que confunde con Totalitario hace aguas y cocina su inviabilidad en la salsa de sus propias contradicciones y exageradas pretensiones fundacionales y “pachamamistas”. El complejo de Adán hace que Evo y sus amigos nieguen una historia estatal previa y sus incipientes avances, ello contribuye a hacer de los huecos del Estado “Gruyere” vías expeditas de mafias que penetran comunidades con la promesa de revertir su histórica marginalidad y pobreza.
Lo preocupante es que mientras para el oficialismo, no hay ley aplicable para estos “usos y costumbres”, en otros frentes se abusa de ésta para defenestrar moral, jurídica, política y militarmente al adversario político. La combinación de los ingredientes de un ministerio público dócil y selectivamente eficiente, de retardación de justicia y del indebido proceso, le ayuda a inventar enemigos en una oposición que no tiene otra que cruzar el desierto carente de ideas y de justicia, pero abundante en broncas y revanchas destructivas. Uncía y otros hechos idos y por venir, anuncian que la revolución virtuosa de los informales y excluidos de siempre, se transforma gradual e inexorablemente en la revolución de los ilegales. El cambio se desdibuja.
¡Ningún centímetro cuadrado de nuestro territorio deberá estar huérfano de Estado! El Vicepresidente fue enfático al explicar una de las cualidades fundamentales del Estado Plurinacional Autonómico e Integral en construcción. Recordé entonces el entusiasmo con el que acogió el Informe de Desarrollo Humano del PNUD del año 2006 titulado “Estado del Estado”; en el que se comparaba al Estado boliviano como a un “Estado con huecos” con enormes desafíos de articulación en torno a una idea, sentido o proyecto común de país.
Uncía, Achacachi, el Chapare, las minas de Himalaya y Santa María en provincias de La Paz y Oruro son algunas referencias territoriales vacías de institucionalidad pero colmadas de prácticas violentas que dejan una estela de dolor, luto e impunidad. En estos huecos visibles, pareciera existir licencia para violar el abultado catalogo de Derechos Humanos inscritos en el texto constitucional. Este es un dato recurrente, ya que bajo pactos de silencio y condescendiente comprensión “antropológica” de distintas maneras de entender la vida, el gobierno invoca “respetuoso” y sin éxito la devolución de cuerpos por razones humanitarias confirmando la impotencia estatal frente a manifestaciones sociales y pluriculturales que lo desbordan.
Este irrespeto a la vida, que trasciende fronteras, y no es nuevo deja más dudas que certezas en relación al discurso presidencial que idealiza al extremo el purismo y culto a la vida de los pueblos indígenas y originarios esencialmente virtuosos e incontaminados de valores occidentales de mercado y capitalismo. Coincidió este hecho con la temeraria sindicación de complicidad negligente con el narcotráfico que hiciera al gobierno el candidato presidencial social demócrata brasilero. Lo cierto es que, a estas alturas y pese al curioso análisis sociológico antropológico de algunas autoridades que atenúan su condena, la matanza de Uncía revela que, en los huecos vacíos de Estado, florecen, plurinacional y “democráticamente”, intereses ligados al contrabando y a clanes familiares comunitarios y populares cada vez más empoderados para neutralizar o impedir la presencia estatal.
En estas condiciones, el Estado Integral que promete el gobierno y que confunde con Totalitario hace aguas y cocina su inviabilidad en la salsa de sus propias contradicciones y exageradas pretensiones fundacionales y “pachamamistas”. El complejo de Adán hace que Evo y sus amigos nieguen una historia estatal previa y sus incipientes avances, ello contribuye a hacer de los huecos del Estado “Gruyere” vías expeditas de mafias que penetran comunidades con la promesa de revertir su histórica marginalidad y pobreza.
Lo preocupante es que mientras para el oficialismo, no hay ley aplicable para estos “usos y costumbres”, en otros frentes se abusa de ésta para defenestrar moral, jurídica, política y militarmente al adversario político. La combinación de los ingredientes de un ministerio público dócil y selectivamente eficiente, de retardación de justicia y del indebido proceso, le ayuda a inventar enemigos en una oposición que no tiene otra que cruzar el desierto carente de ideas y de justicia, pero abundante en broncas y revanchas destructivas. Uncía y otros hechos idos y por venir, anuncian que la revolución virtuosa de los informales y excluidos de siempre, se transforma gradual e inexorablemente en la revolución de los ilegales. El cambio se desdibuja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario