miércoles, 17 de febrero de 2010

DDHH: Amenazas explícitas

PROTESTA ANTIJACOBINA: ¿DERECHOS HUMANOS?

La radicalidad del despliegue de ciclos militares, democráticos, neoliberales y ahora; del jacobino y casi religioso proceso desolonizador, antirepublicano y postneoliberal, ratifican a Bolivia como país innovador, experimental y pendular en sus procesos. Este persistente rasgo de nuestra historia no augura cambios evolutivos virtuosos.

Comienzo recordando. El 10 de diciembre del año 2008 el mundo celebró medio siglo de vigencia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En singular evento, se impulsó en Bolivia una jornada de lectura del texto de tan visionaria Declaración, con la idea de difundir y reafirmar la apropiación progresiva de los principios de respecto a la vida que sustenta. Han transcurrido 14 meses habiéndose desmoronado en muchos la confianza en personas defensoras de los derechos humanos que concurrieron a esa maratónica jornada a testimoniar su adhesión a la universal causa de los DDHH.

Sobran razones para este inusitado pesimismo. Otras voces, afirman que ya no hay pretexto para persistir en posturas ingenuas y condescendientes. Y es que cada vez suman evidencias empíricas e inobjetables que alimentan la sospecha de que para su núcleo conductor del “cambio”, los DDHH son un obstáculo para consumar un proyecto de poder puro y simple.
Al convertirse en líder espiritual de los pueblos en Tiwanaku, el presidente manifestó que los DDHH humanos deberían subordinarse a los Derechos de la Madre Tierra. Mas tarde, al referirse a los 25 postulados del Vivir Bien, el Canciller ratificó que los derechos cósmicos asociados a la madre tierra, debían privilegiarse frente a los DDHH. A pocos días de cumplirse el mes de la nueva era política, se optó por guardar en el baúl del recuerdo no solo el legado de la Revolución Francesa (exceptuando el pragmatismo jacobino), sino también la memoria del terror sembrado por los totalitarismos del siglo XX, los mismos que inspiraron la construcción histórica y civilizatoria de los DDHH.

De pronto, la transición revolucionaria justifica cualquier transgresión deliberada al abultado, y ahora adiposo, catalogo de derechos reconocidos en la nueva constitución, ¡tan publicitados en su momento! Y es que disposiciones constitucionales aparentemente inocentes y leyes secundarias priorizadas en su tratamiento, (Leyes Corta y de lucha anticorrupción) no honran tanta parafernalia constituyente, cobrando sentido la idea de consumar un proyecto de Poder, distanciado en forma y contenido de un Proyecto de mejor País. Resulta que, independientemente de los avances de inclusión y empoderamiento de los excluidos observados, no es posible pensar en un mejor país ni en vivir bien, si la garantía de derechos se pone en duda y si como consecuencia de ello se erosiona la democracia, asumida por el discurso oficial como referencia transitoria e intrumental.

Hoy, a la luz de hechos concretos, como el anuncio jacobino de la nueva guillotina justiciera cuyo nombre legal evoca a Marcelo Quiroga Santa Cruz, sentimos como ingenua la promesa de quienes se asumían como puentes de encuentro y deliberación democrática dentro y fuera del MAS; gana terreno la lógica depredadora de dignidades siendo mas frecuentes las pugnas y purgas disciplinarias dentro del bloque oficial. Lamentablemente, este pesimismo inusual se alimenta de las certezas aquí señaladas y cuyos excesos, desvirtúan el poder y legitimidad del cambio anunciado.


COSTUMBRES PERSISTENTES



No es bueno explicar la corrupción y las malas prácticas en el ejercicio de responsabilidades públicas desde una mirada que divide a la sociedad entre villanos y virtuosos. Ese maniqueísmo esencialista es un rasgo del medioevo. Considerar la corrupción como una herencia colonial o virus capitalista y asumirla como “enfermedad” desconocida en tiempos precolombinos constituye una premisa que derivará en estrategias anticorrupción fallidas e injustas.

Hasta hoy, el Presidente ha sostenido esta visión de la corrupción. Sin embargo, inteligente y perspicaz como es, comienza a constatar que sus argumentos comienzan a desmoronarse ante las “gotas frías” de la realidad. La corrupción no constituye monopolio de pueblo, de cultura ni de orientación ideológica, ni de derechas ni de izquierdas; en términos políticos, no se libraron de ella los partidos políticos como tampoco lo hacen las dirigencias de organizaciones y movimientos sociales hoy empoderadas. La reproducen sin rubor.

Hace poco, el Presidente censuró la presión clientelar de los movimientos sociales alineados al MAS, exhortando con razón un cambio de actitud. Y es que las pugnas de poder institucional son cada vez mas visibles, nada éticas y menos estéticas para una nueva elite gobernante que proclama el cambio. A estas alturas, ninguna organización social debiera arrogarse la condición de ser reserva moral de la sociedad. El realismo no demagógico obliga a aceptar que la erradicación de la corrupción es una promesa utópica, pero lo que si debiera celebrarse como una paso encomiable, es asumir con verdadera determinación la prevención, sanción y cambios en la cultura política tan proclive a hacer del Estado un mecanismo de ascenso social e incremento indebido de la chequera personal.

Lo ocurrido en la aduana y la existencia de clanes populares capaces de todo para seguir viviendo del contrabando, demuestran que la reproducción de prácticas corruptas cobra rasgos endémicos. De pronto, la consigna “ahora es cuando” alusiva a la inclusión y a avances en la construcción inconclusa y débil legitimación del Estado Integral, aludido por el Vicepresidente, comienza a caricaturizarse. La consigna, “ahora es cuando…nos toca” capturar el poder y hacer más de lo mismo, es reflejo de una combinación perversa de atavismos precoloniales, coloniales y post coloniales.

La trilogía andina del Ama qhilla, Ama llulla, Ama suwa, es constatación del reconocimiento de la mentira, la flojera y del robo como problemas sociales reales y potenciales en la sociedad andina. El entusiasmo idealista en torno a prácticas ancestrales y comunitarias debiera atemperarse por responder , éstas, a una matriz alejada de la noción de los Derechos Humanos y de la realidad de sociedades complejas y pluriculturales. Ejemplos sobran. El ritual andino para limpiar de un “error” a un candidato observado por una inconducta y el argumento de usos y costumbres para rehabilitarlo hacen, como tantos otros casos, parte de múltiples resistencias a un verdadero cambio. Confunde y motiva al sarcasmo. ¡Y es que “Vivir Bien” no es lo mismo que “Beber Bien”!. La tolerancia pluricultural de la sociedad boliviana al abuso en el consumo de alcohol debiera ser parte de la agenda de cambio. Es un reto que las autoridades originarias y no originarias debieran aceptar.

martes, 9 de febrero de 2010

Evo: liderazgo no resiliente


Instaurado el Estado Plurinacional, recién escribo mis impresiones sobre lo dicho y hecho en ese histórico fin de semana. La avalancha simbólica y discursiva fue de tal magnitud e intensidad que era necesario templar el ánimo para llegar a dos conclusiones. Una primera, Evo Morales, ha consolidado su liderazgo siendo elocuente la identificación y fervor casi religioso de quienes hicieron posible su victoria. Y una segunda que, a pesar de esta fortaleza inédita, el presidente refleja un serio déficit de “resiliencia”. ¿En que se manifiesta esta carencia que ya deforma e inhibe el potencial transformador de un proceso que excede a su propio conductor? El concepto resiliencia, precariamente abordado desde la política, aporta a la comprensión del momento que vivimos y del perfil psicológico de los líderes.

Hace dos años, en una extensa entrevista publicada en El País de Madrid, la presidenta Michelle Bachellet admitía que se consideraba a sí misma como una persona “resiliente”. Este término, recuperado por la psicología – de la física - alude a las capacidades que poseen las personas para protegerse y resistir experiencias dolorosas extremas, así como a su ulterior superación individual y convertirlas en comportamiento positivo.

La mandataria, sostenía que “todo su dolor se transformó en otra fuerza” constructiva pese a las heridas provocadas por la dictadura militar en su vida. Con su padre asesinado y tres semanas de prisión en el peor momento de la represión, tenía sobradas razones para dejarse dominar por los sentimientos de rabia, dolor e ira. Después del horror vivido, ya en democracia, asumió la cartera de Defensa. Reconoce haber tenido que construir puentes de entendimiento entre el mundo civil y el militar distanciados por años de violencia. Tuvo que hacerlo, en una transición democrática cuyo ritmo gradual, fue criticado por coexistir en él actores vinculados a ese pasado autoritario, a quienes la democracia obligaba a adoptar nuevos códigos de relacionamiento cívico y humano.

Pero, ¿por qué referirse a la escasa resiliencia del presidente Morales? Su persitencia y capacidad de salir adelante están fuera de duda, supo de adversidades y humillaciones, aunque no comparables a aquellas vividas por las victimas directas de dictaduras. Lo que sucede es que los líderes “resilientes”, optan por minimizar la referencia discursiva de sus experiencias traumáticas y dolorosas. Si bien censuran las injusticias del pasado y luchan por desterrarlas, ellos blindan su palabra y accionar político a toda forma de rencor, autovictimización y personalización de sus enemigos. Los resilientes hacen esfuerzos por no abusar de su poder persuasivo e inductor de sentimientos de revancha sobre las masas que los escuchan. Finalmente, no hacen de la victoria instrumento de venganza. Mandela es otro ejemplo.

Lamentablemente, nuestro Presidente no supera el pasado; deforma la historia, sus tiempos y procesos para incendiar las broncas del presente. Le falta nobleza al no reconocer avances de un siglo que abonó la tierra de su propio triunfo. Convoca a la revancha mas no a la justicia; sentencia, no presume la inocencia, salvo la de sus amigos. Evoca machaconamente su injusta expulsión del parlamento, instrumentando la fecha y las casualidades para convertirla en el principio de todos los tiempos. Desdibuja y le resta talla a la condición de líder providencial que pareciera pretender superar toda condición humana.